Historia de Peñaflor
Al momento de llegar los españoles al actual territorio de Peñaflor, se encontraron con ranchos indígenas diseminados en distintos puntos, situándose estos próximos a los esteros y arroyos que brotaban en la zona.
Esta tierra fue conocida con el toponimio de Curamapu (tierra de la piedra) y posteriormente los españoles le dieron por nombre Carrizal, aunque ambas denominaciones se fueron alternando hasta desaparecer hacia fines del siglo XVIII, siendo sustituidos por Peñaflor, un nombre trasplantado por los conquistadores. Esta designación había sido dada por la familia Lisperguer a la hacienda situada al sur del cerro La Virgen.
“Y le ruego mande a los mayordomos le lleven la cuenta luego de todos los bienes que tengo, muebles y raíces, así de los Cauquenes y la estancia que en ellos tengo, como en la hacienda de Peñaflor”. (Extracto del Testamento de Pedro Lisperguer y Flores, tío de la Quintrala, 1618)
Otros nombres autóctonos que persisten en el territorio son Malloco (agua de greda) y Pelvín, cuya población indígena fue entregada en encomienda a Santiago de Azócar y Juan Fernández de Alderete, respectivamente. Los encomenderos ocuparon a la población autóctona como mano de obra.
Junto con la llegada de los españoles, fueron creadas las doctrinas religiosas. Es el caso de la de Tanco o Malloco, erigida en 1579, siendo la segunda o tercera más antigua de Chile. Desde aquí se propagó la evangelización del territorio. Símbolo de identidad de la comuna es la imagen del Niño Dios de Malloco, que se venera en la actual parroquia.
Desde los primeros tiempos de la Conquista se formaron las grandes estancias (ganaderas) y haciendas (agrìcolas), como la referida Peñaflor, la de Malloco, de los Erazo, y la de Pelvín, de Ortiz de Urbina. Entretanto, los indígenas de Curamapu son reducidos a El Muelle y pierden abruptamente sus tierras, que fueron rematadas por las autoridades coloniales a un insignificante precio para favorecer a los grandes terratenientes. Estas propiedades fueron la base de la economía colonial.
Ya durante el siglo XIX, Peñaflor comienza a subdividirse en pequeñas propiedades conocidas como quintas y se convierte en el balneario de la aristocracia, que se solaza con sus bellos paisajes. Así lo retratan destacados personajes en el mencionado siglo y en el siguiente:
“Recorrí mil lugares imaginables y los desprecié. Al fin me acuerdo de Peñaflor, y a Peñaflor dirigí mis visuales. Desde entonces ya no oí en todos los corrillos más que el nombre de Peñaflor, sus baños, sus niñas, y sus bailes; el carnaval perpetuo”. (Domingo Faustino Sarmiento, quien más tarde sería Presidente de Argentina, 1843)
“Peñaflor está situado en un paraje plano, delicioso, poblado de arboledas y abundante de aguas, a inmediación de la orilla izquierda del Mapocho, que la hace muy concurrida en la estación ardiente del verano”. (Francisco Solano Astaburuaga, 1867)
“De Peñaflor sigue hacia al norte, el camino ya citado, que a cosa de una legua tiene un desvío hacia el poniente desembocando en el de las “Siete puertas”, que es angosto y sombreado en su banda norte por álamos y sauces de Castilla e higueras.” (Benjamín Vicuña Mackenna, 1874)
“Peñaflor ha recibido el título incitante de balneario, balneario de tierra adentro naturalmente, situado aguas abajo de la capital, le brotan por todas partes esteros y arroyos cristalinos que se adormecen bajo la sombra de los sauces”. (Benjamín Subercaseaux, 1940)
“Cantarito de greda, de Peñaflor/tu agüita es clara y pura/como mi amor/como mi amor, ay si/yo te lo digo/que hasta estando despierto/sueño contigo”. (Nicanor Molinare Rencoret, 1940)
Las fiestas de carnaval, como los corsos de flores, y los paseos campestres, eran expresión de una dolce vita peñaflorina, de la cual son herederas las fiestas de la primavera y la Semana Peñaflorina.
La mayor expresión de localidad-balneario fue la concreción de El Trapiche, inaugurado en 1930, que nace con un sello algo aristocrático, pero transformándose pronto en el balneario masivo por excelencia, con sus quintas de recreo, donde brotaba la esencia de la cultura popular.
La belleza natural de Peñaflor propició que las familias más adineradas de la capital construyeran elegantes casas, como es posible observar aún en la calle Concordia y en Los Canales, siendo la más emblemática de todas la mansión conocida como El Reloj. También hubo pequeños pero lujosos hoteles.
Administrativamente, Peñaflor perteneció en tiempos de la Colonia al partido de Santiago y ya creada la República fue subdelegación del departamento de la Victoria, cuya capital era San Bernardo. Este, a su vez, era gobernado por la Municipalidad de La Victoria, de la que Peñaflor fue subdelegación hasta el 22 de diciembre de 1891, cuando fue creada oficialmente la comuna de Peñaflor, teniendo como subdelegaciones el propio Peñaflor y Santa Cruz y La Esperanza, estas dos últimas hoy en territorio de la comuna de Padre Hurtado.
Un notable impulso al desarrollo de Peñaflor se produce con la instalación de la industria de calzados transnacional Bata en 1939, la que brinda empleo a miles de peñaflorinos y que le cambia la faz a un pueblo apacible y semirural, transformándolo en uno de marcado sello industrial.
La presencia de Bata queda refrendada en todos los aspectos de la vida de los peñaflorinos, como el deportivo y el social. También provoca la transformación de la mano de obra y atrae a cientos de familias a radicarse en Peñaflor.
Los trabajadores batinos son los grandes promotores del mayor movimiento cooperativo habitacional que se conozca en Chile y que se gesta a partir de 1957 con la Cooperativa La Unidad, continuando en 1959 con la Cooperativa Peñaflor y en los años ´60 con la Unión de Cooperativas y otras.
Tras el golpe militar de 1973, se instaura un modelo económico que propicia una paulatina decadencia de la industria nacional, hasta llegar a la desaparición total de Bata, toda vez que favoreció la importación de calzado a menores costos. En contraste, en los años ´90 y 2000 se multiplica el desarrollo inmobiliario. Actualmente, la comuna bordea los 87.000 habitantes.
Textos: Hernán Bustos V.
Fotografìa: óleo "Alameda de Peñaflor", de Alfredo Valenzuela Puelma.